Redacto estas notas tras encontrar un papelito cuidadosamente doblado con un número de teléfono escrito en los últimos días de enero de 1968 y que por haberlo extraviado, nunca pude hacer la llamada a un amigo de la infancia que reencontré en La Habana.
Bajaba de la ruta 32 en Coppelia cuando él subía, escribió apresuradamente e insistía que no dejara de llamarlo, pues hacía casi una década que habíamos dejado de vernos cuando él se mudó para la capital.
Quienes me veían buscar con tanta persistencia, trataban de ayudar, unos se incorporaban, pero no sin antes preguntar el tamaño del papelito, su color, si era rayado o en blanco y hasta hubo quien quiso saber si estaba estrujado.
Pero la más desconcertante de las preguntas fue: ¿Y dónde fue que se te perdió? A lo que un coro respondió que si supiera dónde se perdió no estaría perdido, pero un chistoso de los que nunca falta le explicó que en el planeta Tierra.
Ahora resulta que 57 años y unos meses después, al hojear una vieja libreta de las clases de Técnica Periodística, encuentro el papelito con el número telefónico al cual llamo inmediatamente, pero no existe, no está asignado a ningún abonado.
Cuento lo sucedido a la primera persona que encuentro, y con muy buenas intenciones de ayudar, recomienda que debo tener más cuidado para que no me vuelva a pasar, y como que se me pareció a la genial pregunta de dónde perdí del papelito, desestimé el consejo.
- Consulte además: Ni poco, ni demasiado
Sin embargo, la advertencia parece estarme persiguiendo en los últimos días, pues vecinos que me vieron colocar una escalera para subir a un balcón, a viva voz repetían ¡Ten cuidado!, ¡Ten cuidado!, ¡Ten cuidado!
Tal vez sea que por saber que ya sobrepaso los 70 años de edad (73 para ser exactos) o porque se nota que los tengo, todos se preocupan y por eso hasta me informan que se desbordó el tanque de agua y la escalera está mojada, por lo que es propicio resbalar.
Una vez explicada la situación de los escalones para subir o bajar, de darme a conocer cuál es el piso más encharcado, no puede faltar aquello de ¡Ten cuidado!
Cuando ya estaba dando por hecho que la frase me seguiría para siempre por doquier, unos niños que no sobrepasan los 15 años, pues vestían uniforme de secundaria básica, avisaron: Señor, señor, viene una bicicleta a su derecha.
Apenas había dado unos pasos, otro grupo de jovencitos que retozaban por el lugar, en vez de soltar el ¡Ten cuidado! dijeron: por detrás, a su izquierda viene una motorina, y delante, en la carretera hay un hueco sin tapa.
Esos últimos avisos me despertaron una idea: cuando me pidan que tenga cuidado, pediré una explicación detallada como la que hicieron los niños, y entonces realizaré una acción concreta ante una situación específica.
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