Para algunas personas. Viajar es un fastidio: algo que sólo harían por extrema necesidad. Para mí es como moverme o respirar… ¡ni sé cómo he pasado temporadas de varios meses sin desintoxicarme con el aire de nuestras carreteras!
No necesito grandes motivos para tomar un ómnibus, un tren, mi bici o cualquier botella y desandar este estrecho caimán de Oeste a Este, de Norte a Sur ¡y hasta en círculos!, pero mis dos razones favoritas siempre han sido trabajar o hacer el amor. ¡Mejor incluso si logro combinarlas!
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Lo complicado de esas aventuras es que, con los años, la carga es cada vez mayor, y por tanto es mayor la preocupación de quienes dejo atrás (por lo que puedo perder o pudiera atraer), pero ya no hay modo de salir con sólo dos mudas y unos pesitos por si me da hambre, como hacía de joven, así que mis amores y mi espalda sufren la nueva realidad.
Ahora suelo llevar un poco de mi comida “rara” (avena, miel, cereal, ghee, cúrcuma, frutos secos) para aliviar a mis anfitriones porque mi dieta lacto-vegetariana escandaliza aún a muchas personas. ¡Ni que fuera más fácil ser carnívoro!
También se suma la tecnología (imprescindible para trabajar y tranquilizar a los de casa), el mapa, el yogamat, la almohada curva, un poncho o estola, un poco de papel reciclado para anotar ideas que llegan a raudales y estambre de colores para tejer amigurumis que regalar en expediciones de Senti2Cuba.
Huelga decir que prefiero andar en botas, licras, vestidos cortos y hasta bermudas, pero no es moda o vanidad: adoro el Sol en la piel mientras camino o doy pedales, y es más fácil si tengo que trepar a un camión o una carreta para adelantar, o si me coge un chaparrón y hay fango en el camino.
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En cuanto a compañía, me gusta tanto moverme en manada como a solas: cada variante tiene sus encantos, si se alternan. Y si viajo en pareja, pueden apostar a que intentaré hacer el amor en los lugares y transportes que parezcan propicios, o por lo menos amago con espíritu juguetón, porque el cansancio lógico de esos trajines se va mejor con un tantra al final de la jornada, ¡y ahí sí que me duermo feliz!
¿Cuándo se acabarán mis sueños de viajera insular? Algún día, supongo. Pero si me guío por el brillo nostálgico en los ojos de mi madre (de quien heredé estas ansias nómadas), mientras tenga salud seguiré urdiendo recorridos… ¡y viceversa! porque un elemento esencial de mi ikigai es la gente: saber cómo piensa, experimentar cómo vive, aprender y compartir saberes, y para eso es imprescindible salir de tu área de confort (o disconfort) inmediata y abrazar nuevas experiencias a pulmón.
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Hasta hace poco decía que me faltaban por conocer treinta y pico municipios de Cuba, pero no: ¡me faltan los 168!, porque aquellos lugares que visité hace más de una década tienen hoy otra vida, otras costumbres, otras generaciones palpitantes, y no es posible conocerlas de pasada, con gafas de turista.
Eso significa que ya tengo un plan, y debe ser tan loco como apasionante cuando mi vieja y mi marido no me han quitado la idea: en tres años cumpliré 60, y voy a celebrar esa mitad de vida con un recorrido por todo el país, o al menos todo lo que me atrae de él: las presas que diseñó mi madre, los faros y bahías que anhelaba coleccionar mi hijo, los parajes donde fui feliz con algún amante, cuevas que retengan mis ecos, casas que me ofrecieron tantísimos lectores, tierras donde sembré o coseché algún fruto, carreteras donde ansié despeinarme, ríos que aún nacen cristalinos…
Tengo tiempo para trazar mi ruta y apertrechar la Bella, que para entonces tendrá 36 años y necesitará gomas y frenos nuevos. Para pensar en “campamentos” donde dejar antes lo que pueda necesitar y así moverme ligera. Y comunidades donde organizar talleres. Y gente que me acompañe por tramos. Y formas de escribir o dictar un diario…
Mi pasión es viajar, y no pienso renunciar a ella mientras corra alegría por mis venas. Por esta vez, mi excusa será una frase que leí hace un tiempo: tenemos dos vidas, y la segunda empieza cuando descubres que sólo tienes una… así que toca aprovecharla intensamente.
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