Con esperanza vi reportes de prensa sobre el congreso de Anec. No me quedaron dudas sobre la participación activa e inteligente de la organización en el trazado de las estrategias para encausar y organizar debidamente la economía del país. Los diálogos con los gobiernos, la investigación, la docencia, la inserción en los diseños macroeconómicos tuvieron buena cobertura mediática. Todo ello, repito, resulta estimulante e infunde aliento. La ciencia económica debe protagonizar los profundos y complicados procesos de transformación en que estamos inmersos desde hace casi dos décadas si, generosamente, comenzamos a contar desde 2008.
Ignoro si los debates del trascendente cónclave miraron, desde esa atalaya periférica y sin espíritu de auditores, a lo profundo del sistema empresarial y de entidades presupuestadas de la red institucional del estado. La relación de estas con los técnicos de perfil económico requiere de acciones pragmáticas e inmediatas encaminadas a resolver el déficit de profesionales –y hasta de técnicos de nivel medio– que hagan marchar con normalidad los registros contables. El estado forma a esos especialistas y merece que sus entidades reciban los resultados de dicha inversión. Ignoro por qué no sucede.
Para nadie es un secreto que las sucesivas graduaciones de licenciados y contadores, en su mayoría no van a rendir labor en las entidades estatales y, cuando lo hacen, obligados por el servicio social, una vez concluido este, migran hacia el sector privado, donde los salarios cuando menos se sextuplican. He oído historias de estudiantes que renuncian al título (ya tienen los conocimientos) y no se gradúan para poder acudir de manera inmediata a ese mercado laboral donde resulta imposible ganarle una licitación a las MiPymes y los TCP. Estos emprendedores económicos, hasta donde sé, se vuelan el requisito del título idóneo, pues les basta con el conocimiento demostrado.
Es una realidad contundente que cada día se dificulta más conseguir a un económico o contador para una entidad estatal. Ni siquiera la variante del pluriempleo lo viabiliza, pues ni con dos nóminas estatales logra el técnico equiparar los salarios con las prestaciones del sector privado. Lo sé porque lo padezco desde la institución cultural donde aún trabajo.
El déficit de personal técnico actual genera desprofesionalización y chapucería, y también abre brechas a los pícaros en ese sensible terreno.
Es probable que a estas reflexiones se oponga el argumento de que un congreso no es un espacio para debatir y tomar decisiones en ese terreno, pues el agobio por los problemas macroeconómicos obliga a una mirada de mayor amplitud. Así lo creo también. Pero este que parece un problema menor, a resolver a nivel local, es hoy una de las causas de la falta de control, y hasta de otros fenómenos como la corrupción, que ninguna auditoría o inspección logrará corregir sin una estrategia salarial contundente que ponga al estado a mejorar su oferta en una magnitud a la altura de la necesidad. El déficit de personal técnico actual, sin que nos quepa duda, genera desprofesionalización y chapucería, y también abre brechas a los pícaros en ese sensible terreno.
Las batallas se ganan en los estados mayores, pero también en las trincheras. En la actualidad nuestras trincheras están insuficientemente defendidas. De nada valdrían las mejores estrategias si no hay suboficiales y soldados de infantería en el frente de batalla. El símil militar, cuyo lenguaje constantemente usufructuamos en política, en este caso ilustra perfectamente el achacoso estado, cercano a la derrota, en que nos debatimos en los nichos de resistencia de muchas entidades estatales.
Si una empresa o unidad presupuestada no paga sus salarios, no aporta los impuestos, no honra sus deudas ni cobra lo que le deben, por el simple hecho de que no hay quien haga esas operaciones, está a menos de medio paso del colapso. A todo lo anterior sumémosle que aquellos que aún dan la batalla en ese diezmado frente, sin especialistas se tornan cada día más vulnerables a los errores y hechos delictivos que rodean (y rondan) la actividad económica.
Las auditorías, por naturaleza propia, no toman en cuenta si alguien no dispone del personal adecuado para llevar adelante, con transparencia, exactitud y corrección todos los procesos de control y registro. Las penas y sanciones aplican de oficio. Considero urgente que se estructure un programa de apoyo a las entidades estatales para salvarlas del fantasma del descontrol (algo oí sobre una MiPyme estatal que lo hará). Salvaríamos también de esa forma a los cuadros que se mantienen en la batalla, aun a riesgo de su propia integridad y prestigio.
En una etapa de mi vida, antes de escritor, fui contador en una empresa de la industria azucarera. Eran los años setenta, una época en que todo se hacía manual. Creo que el nivel de eficiencia de aquellos registros era superior a la de hoy. Considero un contrasentido que nos derrote la ineficiencia en estos momentos en que todos los sistemas de control corren por programas informáticos. Se necesita conjurar la amenaza para evitar que los contadores y economistas, otrora activos, deriven en pasivos espectadores del desastre de la empresa estatal socialista como consecuencia de la falta de técnicos capaces de controlar y administrar bien sus procesos.
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