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sábado, 2 de agosto de 2025

Esa callada grandeza

Escuchar es piedra de toque del testimonio, beber la palabra, auscultar el gesto, adivinar lo que el silencio esquiva. Eso ha hecho La callada grandeza...

Reinaldo Cedeño Pineda en Exclusivo 29/07/2025
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Portada del Libro
Portada del Libro La Callada grandeza

Santiago es más. Más que la postal de siempre, más que las luces de un parque, más que los nombres cantados. Este libro ha hurgado en los antiguos   trillos, en los saberes ancestrales, en la sangre y en las lágrimas. Ha ido Cuba adentro. Ha revelado los ríos subterráneos, los afluentes que nos habitan, el arma sin mella de la persistencia, la callada grandeza de las cosas simples.

Este es un libro purificador.  

Sus personajes versifican la vida y las cosas, cosen el hilo del tiempo, aprietan el barro, hacen alquimia de los frutos, ponen en sus pupilas las olas de la bahía. Sus personajes resuenan la corneta como un grito, viven en “la urgencia perpetua de preservar a los suyos”.

Sus personajes son renacedores.

La callada grandeza (Editorial Oriente, 2025) es una  filigrana, un lienzo cuyos trazos han iluminado los rincones, han dado color al olvido, han hallado la justa dimensión de lo aparentemente invisible. Su narrativa aprehende la atmósfera, resuena el campanazo de la ternura, devela.       

En ese asomar sin prejuicios la inspiración repentina, el poema de circunstancia, la sinceridad virginal de una rima, este libro recuerda el afán testimonial del mítico volumen Los poetas de la guerra (1893). Aquel, este, han entendido la valiosa humanidad encarnada en esas composiciones, antes que cualquier prurito de academia. Por eso, un “sinsonte cobrero” y un juglar “sanpedritero”  tal como cantaba por medio mundo, La Lupe, hija orgullosa del  barrio de San Pedrito pueden resultar protagonistas. 

No basta la buena historia que te sale al camino, ni siquiera un personaje “de pico fino”, como el Juan Candela de Onelio Jorge Cardoso. Hay que saber contar lo que te cuentan, hay que saber enhebrar cada eslabón, insertarlos en un hilo fino a la vez que resistente. Hay que convertir la historia que rueda ante ti, en la más importante del mundo. 

Contar es atrapar los latidos del otro y ponerlos en los tuyos.

El testimonio es un género difícil: requiere encontrar las claves de un   acontecimiento, desentrañar el misterio de una vida. Es imprescindible que el árbol crezca desde las raíces hasta la copa; sin olvidar la poda exacta de las ramas estériles, el sacudimiento de las hojas muertas. Ir a la médula, a la palabra alada, a la emoción raigal, precisa del ojo  avizor, de un temperamento firme y de algo tan difícil, tan definitivo: escuchar.

Escuchar es piedra de toque del testimonio, beber la palabra, auscultar el gesto, adivinar lo que el silencio esquiva. Eso ha hecho La callada grandeza.    

En sus páginas, cada historia es un asombro íntimo y una luz tenue, que de pronto se vuelve llamarada. Cada protagonista está tocado, como quien da una caricia, como quien saca agua del fondo de la tierra, como quien asoma el sol. Cada frase es una saeta a los sentidos, un despertar. No diré quiénes son, no mencionaré sus nombres, porque acaso podemos ser nosotros mismos.

Dayron Chang Arranz es uno de los comunicadores más reconocidos del país. Su obra es larga, más que sus años. Lanzado por los caminos de la cultura y la historia desde el audiovisual, ha seguido en la escritura de este libro, el sagrado consejo del documentalista Rolando González: detenerse donde otros pasan. Detenerse para ser testigo, detenerse para sentir el goce de esa elaboración tenaz e inmarchitable que es la tradición.

La tradición no es apegarse a las cenizas, sino a la vitalidad.

Como si estas memorias lo estuvieran aguardando, como si esperaran a su caballero, nos adentramos con él nos sumergimos en una evocación tras otra. Sentimos el sonido de la piedra de amolar, hundimos nuestro pie en el pedal, mientras los siete soles santiagueros rompen la espalda de Wilfredo que “nadie sabe si viene del pasado o del porvenir”. Es uno de los pasajes más conmovedores.

La voluntad de estilo encarnada por doquier en La callada grandeza  le ha salvado de las repeticiones. No resulta gratuito que la Doctora Olga Portuondo Zúniga, Historiadora de Santiago de Cuba, repare en sus palabras introductorias, en como el escritor ha evitado las mismas heroicidades y las mismas calles. El ninguneo canalla de los barrios y poblados que bordean la ciudad (periferia) y la invisibilidad de su gente, tienen aquí su vindicador. No hay casualidad alguna, es búsqueda feraz, es conciencia plena.

Cuando se habla de “lo lejano”, se parte de la asunción (presunción) de ser el centro, y con ella van de la mano las hermanastras feas: la discriminación y la soberbia. El concepto de “lo periférico”, más que una condición geográfica, es un atavismo mental. Lo periférico se ha convertido aquí en el centro de la investigación, de su carácter y de su propósito. En ese sentido, La callada grandeza es, afortunadamente, una propuesta disruptiva.

La rosa náutica de este libro apunta bien: a esos sitios ignorados que tan cerca nos quedan y a personas que son como semillas, esas que forman los bosques en diamantino silencio. Sus capítulos son pedazos de patria, patria molida, reconstruida y refundada. Dayron Chang  Arranz  ha sabido encontrar las voces de la gente, que en su profunda sencillez, rezuman el espíritu de una ciudad, el eco de una nación.

 

 


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Reinaldo Cedeño Pineda

(Santiago de Cuba, 1968) Periodista, poeta y radialista. Ha recibido el Premio Nacional de Periodismo Cultural y la Distinción por la Cultura Nacional. Es autor de varios libros.


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