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lunes, 28 de abril de 2025

Simplemente Manuel, el del Valle Guamacaro

Cubahora dialoga hoy con el artista matancero Manuel Hernández, quien ha merecido tres Premios Nacionales: el José Martí, de Periodismo (2001), el de Humor (2006) y el de Artes Plásticas (2024)...

Jessica Mesa Duarte en Exclusivo 12/04/2025
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Manuel Hernández
Simplemente Manuel, el del Valle Guamacaro (Cubaperiodistas)

Al verlo transitar por la ciudad, muchos no imaginan que detrás de la sonrisa bonachona de hombre del campo, Manuel Hernández es el artista cubano que  más Premios Nacionales ha merecido.

Aunque no es muy dado a las entrevistas, siempre está dispuesto al diálogo. Desde el lugar que se ha convertido en su segundo hogar, la galería taller de Osmany Betancourt, Lolo, el caricaturista, ceramista y pintor, regala no pocas enseñanzas en cada conversación que entabla con quienes llegan hasta el matancero paseo cultural de Narváez en busca de una obra suya o quienes lo visitan para conocerlo.

¿Cómo crees que el lugar donde naciste influyó en tu vocación artística, en tu personalidad?

Yo realmente no sé cómo fue ese fenómeno, es como una planta que uno siembra y crece de forma natural en pleno campo. Eso tiene que ver mucho con todas las personas que han estado conmigo a lo largo de la vida, del trabajo y de las posibilidades que tuve de ir buscando, investigando, observando, enriqueciendo mi acervo.

Los premios siempre tienen muchas personas detrás o al lado, que te acompañan en el camino un tramo, después otro, pero son muchas personas y siempre agradezco a todos los que colaboraron en mi formación, en mi crecimiento profesional y humano, en mi conducta, y la confianza que depositaron en mí los que me enseñaron. Uno a lo largo del camino va aprendiendo de los demás.

Tu madre decía que desde pequeño había algo de artista en ti. Me decías que uno es resultado de todas esas personas que nos acompañan por el camino. ¿Cómo influyó entonces tu familia?

Mi familia fue fundamental, aunque eran gente muy humilde y no tenían conocimientos. Éramos una familia típica campesina: los niños estudiábamos hasta segundo o tercer grado, aprendíamos poco. Era la continuación estática del campo, conservadora.

Yo siempre tenía sueños que me parecían raros, cosas de niños. Ahora que lo pienso creo que era el instinto. La vida no podía ser tan plana. Hay infinidad de conocimientos por aprender y un mundo inmenso que explorar.

Cuando empecé a encontrar libros, a leer, a conocer, me di cuenta de que mis sueños eran reales igual que ese presentimiento de que el mundo es infinito, siempre lo sentí por dentro.

Recuerdo cuando vine silvestre para Matanzas, como con 15 años, yo trabajaba en una bodega y una mañana digo esto está rompío y todos empezaron a reírse. Me sentí humillado porque hasta entonces estaba acostumbrado a decir rompío y entodavía, esas cosas propias del campo.

Después me di cuenta de que todos éramos, ¿cómo decir?, de conocimientos limitados, hasta los que se reían. Lo que pasa es que ellos eran analfabetos de ciudad y yo era analfabeto de campo, todos teníamos desconocimientos propios, porque nadie lo sabe todo y, sobre todo, éramos distintos: ellos viviendo en el asfalto y yo en la tierra, con los árboles, los animales.

Sin embrago, el afán de conocimiento sí lo llevaba adentro. Yo trataba de satisfacer esa necesidad de interior de saber, de comprender el mundo.

Así se fue perfilando aquel niño del Valle Guamacaro que se convirtió en el caricaturista que no solo formó parte de Juventud Rebelde, sino de muchísimas otras publicaciones y es reconocido hoy a nivel nacional e internacional.

Sí. Yo colaboraba con todo el mundo. Publicaciones extranjeras, nacionales, culturales. Todo. Dibujaba de noche y era como una fiebre. Participaba en todos los salones, en todos los concursos. Obtuve muchos premios y fui creando eso que llaman estilo. Formaba parte de un equipo en el que todo el mundo trataba de hacer lo mejor.

También delineé un estilo al hacer humor. Yo decía, no puedo hacer el muñequito ese fácil. Tengo que tratar de buscar más allá. Aquí en el taller, una vez me dijo una señora extranjera que lo mejor que tiene el humor que hago es lo que no dice.

Esa fue una época de oro para el humor de la nueva sociedad. El humor fue creciendo simultáneamente con la cultura del país, se fue haciendo más intelectual, más universal y más educado también. Con ese espíritu trabajé siempre.

Tus primeros dibujos aparecieron, luego de los de la etapa de la infancia, en el Servicio Militar, justamente después de comenzar a estudiar en la Academia Tarascó. Posteriormente pasas a Juventud Rebelde.

Empecé a estudiar aquí en la Academia de Arte que era una especie de San Alejandro, con unos programas parecidos. Ahí fue mi encuentro con el arte.

Durante el Servicio Militar empiezo a dibujar caricaturas con facilidad y eso me ayudó mucho durante esa etapa. Hacía las propagandas de la unidad y descubro que a mí me era más cómodo hacer humor, era más directo el mensaje. Entonces no sabía ni que era humorista, pero se me daba bien usar esa ironía que tiene intrínseca el cubano.

Un día vinieron unos caricaturistas del suplemento El Sable, de Juventud Rebelde, quienes habían visto mis dibujos y me pidieron que colaborara con ellos. Comencé a enviar caricaturas y de pronto las veo publicadas en la primera plana del periódico.

Cuando llevaba como dos años en el Servicio llamaron a la unidad militar y piden que yo vaya un mes a trabajar con ellos. Ese tiempo fue fundamental porque aprendí cómo se hacía el periódico, cómo funcionaba la redacción de un periódico. Allí conocí a (José Luis) Posada, a Juan Padrón y cómo enfrentaban ellos la dinámica del reporterismo diario que era como una batalla.

Cuando regresé recuerdo que había un concurso para aficionados y gané el primer premio. Al terminar el Servicio Militar, tenía una plaza en Juventud Rebelde y me fui de nómada para La Habana a trabajar en el periódico. La lectura es una pasión que me acompaña desde esa época. Leía mucho y la literatura me sirvió mucho para el humor.

Hace un rato mencionabas la época de oro del humor gráfico en Cuba. ¿Qué puedes decirme acerca de esta etapa? ¿Cuáles son tus consideraciones del humor gráfico hoy en nuestro país?

Bueno, los humoristas siempre han existido. Pero el humor necesita de medios de comunicación y en esa época había tiradas de miles de ejemplares semanales; si a eso sumamos que los teatros se llenaban de personas para ver los espectáculos y el ballet era de asistencia cotidiana; es que, en realidad, no se trataba solo del humor.

Era todo un movimiento cultural.

Un movimiento cultural muy fuerte, participativo. Yo trabajaba para 11 publicaciones, imagínate.

Aquí a la galería taller del Lolo, vienen muchos visitantes, tanto nacionales como extranjeros. Lo que une a muchas de esas personas es el interés por encontrar una obra de Manuel, una obra donde perciben lo auténticamente cubano. ¿Esas imágenes de los guajiros responden de alguna forma a la nostalgia que aún tienes de tu tierra natal?

Cuando yo salí de los periódicos me fui a hacer cerámica, y digo, ¿qué es lo que falta aquí? ¿Qué puedo hacer diferente? Yo pinto. Lo único que realmente conozco es el campo. Pero, no pensaba en el campo ese folclórico, sino en la esencia, la poesía y la lírica que tiene en el campo.

Esa fue una tarea que me impuse. No quería copiar paisajes del campo, sino buscar la magia, el misterio detrás de esos paisajes. Las cosas que no tengan misterio no valen la pena.

Pero sí encontraste tu propia marca y eso se deja ver en los guajiros que dibujas, que no se parecen, por ejemplo, ni a los de Abela, ni a los de Víctor Manuel. Tus guajiros son tuyos, llevan mucho de ti, de tus raíces, de tu propia historia.

Un extranjero me dijo una vez que mis guajiros lo mejor que tienen es la Revolución. Yo no lo entendí a la primera y me explica: “los guajiros en el mundo no son como los tuyos. Los campesinos son humillados, maltratados, tristes y los tuyos son enamorados, sensuales, poéticos, líricos”.

Tienen la característica de que lo mismo le gusta a un japonés que a un italiano, son universales y eso es muy difícil de lograr. De lo que no caben dudas es que el arte tiene la capacidad de unir pueblos a través de la cultura, a través del entendimiento de las naciones.

Uno va aprendiendo de ellos también mucho, de su cultura. Uno se va haciendo universal también con eso. Yo he hecho obras que andan por el mundo. Es como si uno entregara un pedazo de sí a cada lugar, en cada parte donde hay una obra mía hay un poco de mí.

Manuel entonces está en muchas partes de la Isla y del mundo. Desde este sitio hermoso, tan cercano al río San Juan, Manuel también construye cada día un poquito de Cuba

Sí, yo creo que es como decía Carilda (Oliver Labra), que Matanzas logra seducir a tal punto que se vuelve imprescindible. Ella tenía mucha razón en ello e igual pasa con Cuba. Yo trato siempre de defenderla desde lo que hago, mi obra es mi mejor homenaje al país donde vivo.

El humor, el periodismo y las artes plásticas, tus tres Premios Nacionales. ¿Cómo los conjugas en tu quehacer, en tu pensamiento diario?

Yo trato incluirlo todo en cada uno de mis trabajos, sea cual sea el formato. Me impongo mucha disciplina en lo que voy a hacer porque mis obras son para la gente y ellos merecen respeto. Cuando uno trabaja para los otros tiene que tener un compromiso consigo mismo, por eso trato de hacerlo lo mejor posible. Soy muy crítico de lo que hago.

A veces pinto de noche o bien temprano. El humor lo incluyo siempre, es inherente a lo que pienso y, por consecuencia, en lo que hago. Cuando estoy pintando estoy también pensando en el humor, en un chiste o analizando toda la información para hacer una caricatura, lo voy haciendo automático. No es que todo se haga a la vez, pero se entrelazan.

Igual ocurre con las manifestaciones artísticas, unas se alimentan de las otras. Por ejemplo, yo escucho música clásica, me ayuda a concentrarme porque hacer humor puede ser un poco estresante, pero voy dibujando, pensando y disfrutando la música.

Voy caminando y creando ideas. A veces hacer un buen chiste demora semanas. Mira, Charles Chaplin era muy riguroso, cualquier movimiento que hacía en las películas tenía que quedar exacto, por respeto a él mismo y a las demás personas. Uno tiene que buscar esas cosas exactas.

No solo ya por tus tres Premios Nacionales. Antes de eso, ya gozabas de un prestigio inmenso, dentro y fuera de Cuba. Quienes te conocemos, sabemos la persona sumamente humilde que eres. ¿Cómo manejas el hecho de ser famoso?

Una vez en jarana me dijo (Samuel) Feijóo que tenía el carro rompío, yo le dije, Samuel no se dice rompío y él me responde que por qué iba a perder mi identidad, que, aunque me vistiera de intelectual, yo siempre sería Manuel, el del Valle Guamacaro, y simplemente eso es lo que soy.  

¿Cómo se siente Manuel al obtener el Premio Nacional de Artes Plásticas?

Imagínate, siempre me sorprendo ante cualquier premio, no creo merecer tanto. Cuando a uno le dan un reconocimiento se trata de sentarse un ratico, agradecer a todos los que contribuyeron con su trabajo por toda la confianza y continuar hacia adelante, trabajando, porque el trabajo es como la vida, que no se detiene. Entonces es eso, parar para continuar con mayor impulso.

Sí, pero además del premio, eres dueño del cariño de los matanceros, de los cubanos. Si tuvieras que hacer un inventario hoy, estoy pensando en aquel niño que arañaba las piedras para dibujar o que arrancaba la corteza de los árboles para dejar ahí también sus pinturas, hasta el enorme caricaturista que eres, pero sobre todo, el excelente ser humano que eres. ¿Cómo te definirías? ¿Y cómo quisieras que te recordara la gente?

Uno es lo que es para los demás, dijo el pequeño príncipe. Yo creo que deben recordarme como un ser humano común, no creo que tenga nada especial. La obra que uno hace es lo más importante; es como el médico que cura, o el científico que crea vacunas, o el que siembra alimentos del campo, o el que te enseña en la escuela.

No se trata de ti como persona, tú eres lo que aportaste. Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz, expresó Fidel una vez. Creo que la obra es lo más importante porque es lo que hace al mundo más grande.

Cada persona tiene su propia historia y muchas cosas que contar y muchas cosas por hacer. No creo que yo sea especial, de alguna manera todos lo somos. Todos somos especiales.

Manuel Hernández


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Jessica Mesa Duarte

Periodista y escritora de guiones radiales.


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