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martes, 30 de diciembre de 2025

Remedios: pólvora, fiesta, tradición y pueblo

San Juan de los Remedios no se explica: se vive...

Nelson Hair Melik Marrero en Exclusivo 29/12/2025
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Parranda de Remedios
Parranda de Remedios Fotografía: Raul Henríquez

Catorce horas en ómnibus desde Santiago de Cuba hasta Santa Clara bastan para que el cansancio haga dudar. El cuerpo reclama, la mente cuestiona si valdrá la pena tanto tiempo de viaje para una festividad tantas veces vista solo a través de fotos, videos y relatos ajenos. Pero hay viajes que no se miden en kilómetros ni en horas, sino en aquello que prometen. San Juan de los Remedios no se explica: se vive.

La llegada, cerca del mediodía de nochebuena, ya daba señales inequívocas. El parque central, en pocas horas, pasó de congregar a un centenar de personas a reunir a miles. Cubanos de todas las provincias, visitantes extranjeros, cámaras, mochilas, acentos diversos. Una francesa me confesó que había llegado por recomendación de personas cercanas, en aras de celebrar allí la navidad con su familia. No era la única. La festividad más antigua de la mayor de las Antillas convoca.

Mis amigos —algunos curtidos en estas lides parranderas— compartían la misma emoción de quienes pisamos por primera vez la octava villa de Cuba en su gran noche. Allí, la Parroquial Mayor San Juan Bautista, joya arquitectónica y espiritual, imponente y serena, se erige como testigo silencioso de una tradición que lleva 205 años desafiando al tiempo.
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A las cuatro de la tarde del 24 de diciembre de 2025, las personas se agolpan en los alrededores de la plaza Isabel II (hoy parque Martí) para presenciar una competencia fraterna entre dos barrios: el poderoso El Carmen, identificado con el carmelita y el gavilán, y el invencible San Salvador, representado por el rojo y el gallo.

A las cinco en punto, los sansaríes, al ritmo de música popular y armados de fuegos artificiales, dan la vuelta a la plaza y saludan al barrio contrario, deseándole suerte. Inmediatamente, la pólvora incendia el cielo y el parque se convierte en un hervidero de cuerpos en movimiento, de gritos, abrazos y risas.

Desde el otro extremo, la bandera carmelita se alza desafiante y, detrás de ella, va el pueblo bailando y cantando. Saludan al enemigo y, en breve, voladores, ramilletes y palenques sorprenden con lucimiento y guapería al gallo.
Ambas salidas estuvieron a la altura de lo esperado. Entre tanta pólvora se respira una tregua fecunda hasta la noche, cuando ambos barrios juegan con más fuerza su destino simbólico. Antes, a las cinco de la madrugada, tuvo lugar la diana, con la salida de las congas de cada bando y un fuego pequeño.
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La parranda no comienza cuando suena el primer tambor, sino mucho antes. Meses de secretos, de trabajo sin descanso, de soldaduras, construcción y montaje de figuras, de ensayos y perfeccionamiento de cada detalle para combatir en una noche en la que —sin necesidad de aviso— el pueblo no dormirá.

Carpinteros, electricistas, vestuaristas, diseñadores, costureros, pintores y decoradores participan en el proceso creativo. La preparación es una gran conspiración colectiva, en la que se realizan reuniones para explicar planes y analizar la información recopilada sobre el contrario.

El origen de todo, según se cuenta, fue cuando el párroco Francisco Virgil de Quiñones, quien oficiaba en la antigua ermita de San Salvador de Horta, armó de matracas, pitos y latas a los muchachos del pueblo en las frías noches de 1820, con el objetivo de despertar a los feligreses para la Misa del Gallo. 

Lo que comenzó como un recurso pastoral se transformó en un estallido cultural que luego se extendería a decenas de ciudades y poblados del país y trascendería generaciones.

Impresiona ver cómo los remedianos viven, cuidan y defienden su tradición. Cubanos dentro y fuera del país ayudan, aportan, regresan y sostienen, aún en medio de un escenario económico complejo. Las Parrandas son cultura viva, la imagen de una comunidad capaz de preservar, contra todo pronóstico, la festividad más antigua de Cuba, declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura en 2018.

Hay algo profundamente democrático en este festejo. Se mezclan edades, oficios y creencias. Todo cabe en esa locura feliz donde, por unas horas, no hay ausencias ni dolores, ni olvidos ni carencias: solo alegría.
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A partir de las nueve de la noche, El Carmen y San Salvador retoman el enfrentamiento. La oscuridad se rinde ante el encendido de los trabajos de plaza. El cielo estalla una y otra vez con fuegos cada vez más vistosos y coloridos; mientras, la multitud se mueve sin descanso, de un lado a otro, de un barrio a otro. No hay tregua, solo alternancia.

En cada barrio hay un gesto heredado, un homenaje a quienes han contribuido a lo largo de los años al desarrollo del festejo. La parranda es virtuosismo, entrega, compromiso y cohesión comunitaria.

A medianoche, la pólvora se detiene. La Misa del Gallo se celebra en una Parroquial Mayor abarrotada de creyentes y no creyentes. Ese instante de recogimiento recuerda los inicios del jolgorio y celebra la natividad de Jesús. Luego, la batalla continúa: rumbas de desafío, polkas y entradas cada vez más intensas.
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Ya es 25 de diciembre. Hay cansancio, sí, pero también una certeza compartida: seguimos en la fiesta mayor de Remedios. Entre las tres y las cinco de la madrugada llegan las carrozas. Primero hace su entrada Wakanda por siempre, del barrio San Salvador; luego, Ana y el rey, del barrio El Carmen. Ambas, fastuosas, hieráticas y deslumbrantes, avanzan hasta situarse frente a frente. 

Las leyendas, historias detenidas en el tiempo, se narran ante los ojos de un público eufórico, al tiempo que la música llena el espacio como lo hizo, seguramente, hace más de dos siglos.
Los fanáticos sansaríes y carmelitas continúan en acaloradas discusiones sobre el mejor barrio.

Unos vitorean al gallo, otros al gavilán. No se sabe quién gana. No hay jurado. La rivalidad es intensa, pero profundamente sana: nace del amor a la tradición y no del deseo de imponerse al otro. Aquí la competencia es una forma de pertenencia. Los parranderos saben que es un juego, por muy serio que parezca.
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Al amanecer, los visitantes toman los ómnibus para regresar a sus lugares de origen. Opiniones divididas recorren las calles: unos aseguran que ganó su barrio; otros, que el vencedor fue el suyo. Polcas y rumbas aún se tararean. Las banderas del gallo y del gavilán ondean sobre la plaza. Aquí todos ganan.

Las parrandas fueron un éxito. Una vez más, Remedios celebra haber sido una fiesta absoluta de pueblo. 

La parranda de 2025 terminó, pero ya se sueña con la próxima. Desde ahora, El Carmen y San Salvador piensan cómo sorprender a Cuba y al mundo en 2026. Remedios es pólvora, fiesta y memoria. Es un pueblo unido defendiendo su historia. Y quien llega una vez, aunque sea tras catorce horas de ómnibus, entiende por qué siempre quiere volver.

Y eso, en tiempos difíciles, también es una forma de victoria.


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Nelson Hair Melik Marrero


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